jueves, 16 de junio de 2016

Espera anónima


Ni siquiera sé por qué sigo esperando. Ni siquiera sé si a quien espero vendrá, alguna vez. Pasa que no quisiera irme, y abandonar este deseo de que esté conmigo; pero, si me quedo, igual nada me garantiza que eso suceda. Es fácil pensar que desperdicio mi tiempo, pero no quiero verlo de esa manera. 

No sé si se trata de un amor romántico como el que aparece en todos lados; no creo que así sea. Esto es un amor de esos cotidianos que todas las personas deberían atreverse a sentir. 

La espera agota cuando uno se dedica sólo a eso; es por eso que en mi espera he decidido atreverme a llamarla, a dedicarle momentos, a no hacer de esta espera un martirio, una penitencia. 

Lo complicado de esperar algo amado es amargarse en el trayecto; nadie nos obliga a hacerlo, pero aún así nos place buscar culpables... La culpa la tiene este gusto mío por su compañía, aunque intermitente, tan placentera. 

Me gusta creer que vendrá, y que también anhela mi compañía... De nuevo, pierdo el tiempo hablando de esta espera anónima, pero de verdad: no puedo irme como si nada. No puedo actuar como lo haría cualquiera. 

sábado, 4 de junio de 2016

Nudos en la garganta


¿Quién desata los nudos en la garganta? Deberían de ser considerados “héroes sin capa”; ángeles bajados de algún cielo, anclas salvadoras, y comodines a la felicidad. Algunos nudos aprietan hasta el estómago, pero otros desatan la lengua. Los motivos sobran, los escalofríos también. Hasta la mayor fortaleza se ve hundida ante esta fuerza poderosa; aunque sea por unos segundos, ese nudo es lo único que tiene poder sobre ti.

El nudo se aprieta por la incertidumbre, y ésta hiere más que las armas. La incertidumbre que se siente cuando llega una decepción aún no confirmada, pero ya percibida; ésa que te obliga a actuar desmesuradamente, que te convierte en eso que juraste nunca ser. Nada justifica las malas acciones; no, porque como sea, dañar al prójimo nunca nos hará mejores personas, nunca hará que este mundo le parezca a alguien menos miserable.

Pero entonces, llega el daño: llegan los monstruos del pensamiento, los fantasmas que generan esas dudas, esas suposiciones, esas ganas de no entender. Sin querer, sin comprender, la rabia te ata, te condena. Es el castigo divino de las emociones reprimidas, de las ganas de no ceder, de accionar la respuesta y corromper cualquier instinto que ose impedírtelo.

Poseen la ironía de desnudarte, o de atraparte en ellos. Son constantes e impertinentes; pero inevitablemente consiguen que te ocupes de ellos, y que los ocupes a ellos. Quizá desenrredarlos no sea un oficio, pero bien puede ser una habilidad, algo así como un "don"; la desesperación por hacerte fiel a sus exigencias, a sus penitencias.

De nada sirve presumir que “a ti no te ha pasado”; de nada serviría porque en el fondo quieres saber si existe alguna especie de cura. Yo tampoco lo sé; y por ello quise compartir estas letras para ti; por si al término de ellas encuentras alguna respuesta, la compartas conmigo; y si no, releamos esto en nuestras emociones, quizá eso nos ayude a sanar.