lunes, 5 de marzo de 2018

Casi es verdad.

Apenas cabemos, pero "es mejor esto a seguir esperando solas a mitad de avenida"; eso pensamos.

Me gusta observar, soy creyente de las falsas apariencias.

Hay una mujer delante mío que lleva un par de planos en las manos: arquitecta o diseñadora, debe ser; a su lado otra mujer, con uniforme blanco; luego una más con su mochila en las piernas; y un hombre de cabello hasta las orejas, con sudadera oscura.

Al lado de nosotras hay una señora de bufanda enredada al cuello; y luego el señor que ayudó a mamá a subir, usa una gorra roja. En los asientos laterales va una familia: la madre y la hija pequeña en un lado, y el padre con lentes y su portafolio del otro.

El silencio ahí dentro es conmovedor, a pesar del escándalo de la música. Ahora suena Pitbull, como en todos lados. Todos se encuentran callados, doblegados todavía por el sueño: la mayoría con la cabeza inclinada.

Varios baches después, aún con el sueño entre los párpados, se estrella un vidrio que ocasiono el sobresalto de quienes pensábamos aprovechar el trayecto para medio descansar. Los vidrios caen al centro,  y "¡Ya chingaron a su madre!"...

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